EL FAMOSO AL QUE NADIE CONOCÍA

Por Leonardo Levinas

Escuchalo en Spotify y Youtube 

Los habitantes de la ciudad saludaban a cada persona que se cruzaba en su camino, cuando iban por la calle o circulaban en auto. Lo hacían por pura cortesía ya que todos se conocían; no había residente que no conociese a los demás habitantes y que, a su vez, no fuese conocido por cualquiera. Era una ciudad habitada exclusivamente por famosos y famosas.

Por dar algunos ejemplos: aquella mujer era famosa ya que se trataba de la actriz más antigua de la ciudad; tan famosa como ese actor, especializado en la comedia. Había escritores conocidos por su particular originalidad, por su habilidad con las palabras o por su forma extravagante de escribir, pero también los había famosos por su asombrosa inhabilidad para escribir. Del mismo modo, la fama no dependía de que sus obras hubieran sido leídas. Todo el mundo conocía sus caras, como los de cualquier  policía, perteneciente a la comisaría que fuere. Incluso los presos eran todos famosos por sus sorprendentes o incomprensibles delitos. 

Cualquier habitante alcanzaba el nivel de notoriedad necesario para ser entrevistado en la radio o en la televisión local por famosos periodistas; algunos, los más afamados, hasta el hartazgo. 

Eran célebres la totalidad de peluqueras y peluqueros, ya fuera por la originalidad de sus cortes o peinados o por su manera de decirles innumerables cosas a sus clientes, a su vez famosos por diversas razones. Cualquier dueño o empleado de un  comercio era reconocido por cuestiones tan singulares como la manera de regatear los precios, el modo de exhibir la mercadería, la original forma de entregar un vuelto o la manera peculiar de pararse detrás del mostrador o de cerrar la tienda. 

Los niños y niñas de cualquier edad eran conocidos por ser hijos de tal o cual padre y madre, o por ir a una escuela cuyo director era famoso por su forma de armar un discurso para una fiesta patria o debido a las características notables del patio principal del establecimiento escolar del que era director.  

Hasta las mascotas eran famosas por pertenecer a tal o cual familia de famosos. 

Un día, de manera completamente inesperada, se aglomeró una enorme cantidad de gente en un punto de la avenida principal de la ciudad. Una persona, absolutamente desconocida para todos, había salido por la puerta de un edificio y se encaminó en dirección a una de las esquinas, donde se detuvo. La muchedumbre que lo había seguido se detuvo también, a una distancia prudencial.

De pronto, alguien de entre ese conglomerado de ya más de quinientas personas, alzando la voz,  se atrevió a preguntar: 

-Oiga… ¿usted quién es? ¿Nos puede decir su nombre? 

Luego de un tenso silencio, el sujeto respondió: 

-Julián, Julián Redoble. Me llamo Julián Marcelo Redoble. 

-¿Y qué es lo que usted hace? -preguntó alguien más, esta vez gritando. 

-¿Para qué sirve? -preguntó una mujer de manera altanera. 

Julián Marcelo Redoble no respondió ni a ésa ni a ninguna otra pregunta. Se abrió paso entre la muchedumbre, dobló por la primera esquina que encontró y desapareció de la vista de la gente. 

De ahí en más, todos hablaron de él. Su nombre surgía prácticamente en cualquier conversación y en todas las redes sociales, a pesar de que nadie sabía quién era ni qué hacía por ahí y, en general, qué hacía por la vida. A veces, aparecía esporádicamente y desaparecía sin dar lugar a que se lo interrogara.

Su fama muy pronto trascendió los límites de la ciudad; primero se extendió a toda la región, luego a toda la provincia hasta finalmente volverse el hombre más famoso del país, a pesar de que nadie sabía su edad ni a qué se dedicaba, si es que se dedicaba a algo.

Todos los habitantes del país hablaban, invariablemente, de Julián Marcelo Redoble, y en sus conversaciones consideraban, con envidia, que su celebridad era completamente inmerecida e injusta ya que se trataba del individuo, sin lugar a dudas, más famoso, alguien del que, no obstante, se ignoraba absolutamente todo.